* Evangelio Domingo 27 de Noviembre de 2016 – 1º de Adviento
Evangelio del Domingo por Odres Nuevos
Primer Domingo de Adviento – Ciclo A
Domingo 27 de noviembre de 2016
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 24,37-44
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mt 24, 37-44
CON LOS OJOS ABIERTOS
Las primeras comunidades cristianas
vivieron años muy difíciles. Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en
medio de conflictos y persecuciones, aquellos cristianos buscaban fuerza
y aliento esperando la pronta venida de Jesús y recordando sus
palabras: «Vigilad. Vivid despiertos. Tened los ojos abiertos. Estad alerta».
¿Significan todavía algo para nosotros estas llamadas de Jesús a vivir despiertos?
¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en Dios viviendo con los ojos abiertos?
¿Dejaremos que se agote definitivamente
en nuestro mundo secular la esperanza en una última justicia de Dios
para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que sufren sin culpa
alguna?
Precisamente, la manera más fácil de
falsear la esperanza cristiana es esperar de Dios nuestra propia
salvación eterna mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora
mismo en el mundo. Un día tendremos que reconocer nuestra ceguera ante
Cristo Juez: ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o
desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Este será nuestro
diálogo final con él si vivimos con los ojos cerrados.
Hemos de despertar y abrir bien los ojos.
Vivir vigilantes para mirar más allá de nuestros pequeños intereses y
preocupaciones. La esperanza del cristiano no es una actitud ciega, pues
no olvida a los que sufren. La espiritualidad cristiana no consiste
solo en una mirada hacia el interior, pues su corazón está atento a
quienes viven abandonados a su suerte.
En las comunidades cristianas hemos de
cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a
la indiferencia y el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la
religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre.
No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para
defender nuestra tranquilidad.
Una esperanza en Dios que se olvida de
los que viven en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser
considerada como una versión religiosa de un optimismo a toda costa,
vivido sin lucidez ni responsabilidad? Una búsqueda de la propia
salvación eterna de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de
ser un sutil «egoísmo alargado hacia el más allá»?
Probablemente, la poca sensibilidad al
sufrimiento inmenso que hay en el mundo sea uno de los síntomas más
graves del envejecimiento del cristianismo actual. Cuando el papa
Francisco reclama «una Iglesia más pobre y de los pobres», nos está
gritando su mensaje más importante e interpelador a los cristianos de
los países del bienestar.